1974. Bruce Lee había fallecido un año
antes, dejando un gran vacío en los espectadores aficionados al cine
de artes marciales. Las pantallas de medio mundo se vieron
impregnadas de clones del Pequeño Dragón que intentaban suplir la
falta del protagonista Furia oriental (1972). Ninguno
lo lograba. Entre toda aquella confusión, de repente, un actor japonés se coló en las
carteleras de los cines de barrio. Respondía al nombre de Sonny
Chiba, era un experto luchador y desprendía mala hostia por los
cuatro costados. La película con la que se presentó al mercado
internacional (en su país ya había protagonizado muchos filmes) se
titulaba The street fighter,
y en ella, lejos de dar vida a un galán bondadoso, interpretaba a un
asesino sin escrúpulos, que no obstante se presentaba como el
(anti)héroe de la historia.
Takuma
Tsurugi (Chiba) es un mercenario contratado por la mafia japonesa
para secuestrar a la hija de un importante hombre de negocios. Los
planes salen mal y nuestro protagonista se verá obligado a pasar a
la acción contra los que le contrataron...y contra todo aquel que se
cruce en su camino en un sangriento viaje sin límite en el que
veremos a Chiba destrozar cabezas, golpear a sus adversarios hasta
hacerles vomitar o arrancar gargantas si es necesario. No hay reglas.
Tampoco hay mucho guión, seamos sinceros, pero la juerga está
asegurada. Un indiscutible clásico que debido a su violencia fue
clasificado X en Estados Unidos, un hecho que los distribuidores de
hoy no pasan por alto y lo utilizan a modo de reclamo para todos
aquellos morbosos en constante búsqueda de sensaciones fuertes. Y
como suele ocurrir, hoy en día tampoco es para tanto, claro, pues The
street fighter
no es más violenta que casi cualquier
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de última hornada. Dirigida con oficio por Shigehiro Ozawa, con unas eficaces coreografías y un poderoso aire barriobajero, la cinta se
convierte en objeto de coleccionismo de visión obligada para los
fans del género. Además, tuvo el suficiente éxito como para
propiciar toda una saga, siempre con Chiba y Ozawa a los mandos, por
supuesto.
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