Conocida internacionalmente como Goodbye Bruce Lee: his last game of death, esta producción chapuza de 1978 fue concebida
en plena moda de las bruceploitations, y pese a sus evidentes
fallos parte de una premisa interesante que por desgracia sus
responsables no supieron aprovechar. La película arranca cuando a un
excelente gimnasta y practicante de artes marciales (interpretado por
Bruce Li, uno de los clones más famosos de la corriente) se le
acercan unos productores de cine -uno de ellos responde al nombre de
Mr. Chow (sic)- que tras haberle visto en acción le ofrecen
participar en su más reciente proyecto: Juego con la muerte,
la película que Bruce Lee dejó a medias tras su fallecimiento. Tras
meditarlo y consultarlo con su pareja, el atleta acepta, por lo que
el productor decide enseñarle que tienen grabado hasta ese momento.
Y aquí empiezan los problemas argumentales y formales del filme,
pues el espectador sabe en todo momento que no es el Pequeño Dragón
el que está en pantalla, pero no queda claro si esa es la intención,
o tal vez hubo una elipsis que se nos escapó. Sea como sea, está
tan mal contado que acaba por convertirse en un error. Dado que el
supuesto metraje que visionan los personajes no está completo, es
muy difícil seguir la historia, pero se da a entender que es una
trama de mafiosos y chantajistas, con secuestros y amenazas y unos
personajes que interactúan entre ellos sin que conozcamos plenamente
sus objetivos: no se comprende nada, y lo que es peor, tampoco
importa mucho.
Queda para el recuerdo, eso sí,
algunos de los combates que Li mantiene con los mafiosos (genial la
pelea contra un jugador de baloncesto, en clara alusión a Kareem
Abdul-Jabbar) y, sobre todo, el tramo final en la Torre de la Muerte
(así la llaman en la película) con el protagonista enfrentándose a
diferentes luchadores a media que va subiendo cada piso. De este
modo, peleará contra un boxeador, un forzudo, un espadachín y demás
villanos para deleite del público que pretenda entrar en este
extraño juego que propuso el realizador Bing Li. Las peleas son
demenciales, la música es excelente (el mítica es la canción “King
of kungfu”), Bruce Li está en su salsa y la idea del héroe
subiendo distintas plantas y combatiendo contra verdaderos
freaks siempre funciona. Pero más loco y divertido hubiese
sido continuar con la idea del reclutamiento del nuevo actor por
parte de los productores, concepto al que no se regresa en toda la
cinta y que queda en el aire, con el tono falso documental
perdiéndose por completo. Lástima.
Puntuación:




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